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Colaboración Jesus Mario Blasco en el Heraldo de Aranjuez.

LA FUERZA DE LOS ESLABONES

Decía el filósofo Thomas Reid (y más tarde se haría eco el extravagante fundador de Virgin, Richard Branson) que la solidez de una cadena depende de su eslabón más débil.

Esta frase, dentro de sus múltiples aplicaciones, nos quiere decir también que cada contribución individual hace tener sentido a un todo. Traducido al mundo empresarial, el éxito de una empresa depende del desempeño de sus integrantes. Él éxito particular, la productividad, la ilusión por mejorar, las ganas que se pongan… acaban repercutiendo en el éxito global final. Y lo mismo ocurre si la situación es la contraria. A nadie se le escapa tampoco que el ambiente de trabajo, la coordinación, que todo funcione como una máquina bien engrasada, depende de la organización global, de que todo el mundo tenga claro cuáles son sus derechos y deberes, y sobre todo, qué se espera objetivamente de ellos. Está claro que una empresa de, por ejemplo, 500 o 600 trabajadores, no puede funcionar eficientemente sin una mínima organización.

Lo mismo, exactamente lo mismo, es aplicable (o debería serlo) a las administraciones públicas. Digo debería serlo porque lo que es evidente en la empresa privada no parece serlo tanto en el sector público. Un sector público cuyos “accionistas” son los ciudadanos, y cuyos gestores son los poderes públicos elegidos cada cuatro años por sufragio universal.

El gobernante no es el amo, es el servidor, y como servidor, intermediario, o como quiera denominarse, es el encargado de controlar y hacer funcionar la maquinaria de servicio público para que la ciudadanía reciba sus beneficios. Ocurre sin embargo que los gestores cambian cada cierto tiempo (lo cual es tremendamente sano en Democracia) y las tentaciones de dejar improntas indeseadas son grandes. Lo vemos por desgracia en nuestra ciudad cada vez que hay un cambio de gobierno, donde las tentaciones de “meter mano” al personal municipal acaban apareciendo indefectiblemente. Lo ideal es que el organigrama de funcionamiento interno del Ayuntamiento trascendiera a las (de existir) veleidades del gobernante de turno, que fuera siempre el mismo pero con la flexibilidad suficiente para, de tener que cambiar, lo haga de manera coordinada, consensuada y con base en unos criterios objetivos de mejora y de eficiencia. La estabilidad, cimentada en estos criterios, en el respeto al personal, en el reconocimiento de la capacidad, repercute finalmente en una prestación excelente de los servicios. Lo contrario lleva a la precariedad, a un personal descontento e involuntariamente más pendiente del pie con el que se levante ese día el gestor de turno que de la eficacia en el desempeño profesional.

Al hilo del enésimo conflicto a cuenta de la recolocación del personal municipal de limpieza, surge la necesidad de agarrar el toro por los cuernos y resolver el problema definitivamente para que cada cuatro años (o cada ocho, según sean los periodos de gobierno del partido de turno) no tengamos el mismo problema. Apostar de verdad por un sistema de rotación, mejorando las condiciones laborales acabando así de una vez por todas con los “destinos penosos” para que ningún trabajador tiemble ante la posibilidad de ser destinado a ellos, desterrar la impresión de que cada cambio tiene nombre y apellidos prefijados y que en lugar de cambios en pos de la mejora del servicio se buscan otra serie de objetivos. Si el equipo de gobierno quiere de verdad solucionar los problemas, adelante en su tarea, pero cuidando los modos y maneras para que no parezca otra cosa. No solamente en relación al personal de limpieza, sino al total de trabajadores, porque de cada uno de estos eslabones depende la fuerza final de la cadena. Y a todos nos conviene que sea lo más fuerte posible.