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Colaboración Jesús Mario Blasco en el Heraldo de Aranjuez

El valor de lo tradicional

Frecuentemente hablamos de innovación, investigación y desarrollo como pieza fundamental y piedra angular del necesario cambio de modelo productivo. Es así. Una sociedad que no emprende, no aporta creatividad y valor añadido a sus productos, no (dicho coloquialmente) dé cancha a sus cerebros, es una sociedad vacua, estancada, con los pies de barro. Lo hemos podido ver con esta crisis financiera e inmobiliaria, y lo seguiremos viendo como no desterremos el modelo de hacer dinero rápido y fácil. Pan para hoy, hambre para mañana, y nunca mejor dicho.

Sin embargo, si una sociedad que no innova está estancada, también queda incompleta si no recupera y pone en valor aquellas cosas positivas del pasado. Cuestiones materiales e inmateriales, reavivando valores, y recuperando aquello que nos legaron los que nos precedieron, y que tenemos obligación de legar a los venideros. Tenemos la inmensa suerte, y responsabilidad, de tener mucho y bueno que exhibir, cuidar y mantener. Exhibir nuestro patrimonio, cuidar y mantener para que nuestros hijos y nietos tengan también la posibilidad de conocerlo.

Sucede que ya hay muchas cosas que las generaciones venideras no conocerán. En algunos casos porque las sociedades cambian y los modelos de vida, y de entretenimiento, cambian. Otras veces es porque ya no existe el elemento en cuestión. Si nos damos cuenta, nuestros pueblos y ciudades cada vez se parecen más entre sí. Nos encontramos las mismas franquicias, las mismas tiendas, haciendo que la autenticidad de los sitios se pierda. Mayoritariamente, por el centrifugado de los centros históricos, expulsando a sus habitantes (sobre todo los más jóvenes) hacia la periferia de las ciudades, haciendo que poco a poco se queden vacíos. Hay ciudades que aprovechan esta circunstancia, manteniendo las edificaciones pero con otros usos (hoteles, museos, restaurantes, instalaciones universitarias, bibliotecas…) y otras que, aún con el mismo propósito, optan por transformar las antiguas edificaciones en cascarones vacíos para instalar la enésima franquicia de turno. Lo vemos en la icónica manzana de Canalejas en Madrid, y en multitud de ciudades españolas y europeas. No parece la arquitectura “de telón” sin embargo el modelo más deseable.

En Aranjuez, con un casco histórico magníficamente trazado, imbricando palacios nobiliarios, casas de jornada, edificación civil, viviendas populares… no hemos sabido ni conservar ni sacar provecho a este patrimonio. El pasado domingo, Focus Aranjuez y su álma máter Daniel Ruiz Zurita (como ya hicieron el pasado verano con el ciclo de teatro) demostraron que con recursos limitados, pero con ideas y ganas, se pueden hacer grandes cosas. Como por ejemplo, dar a conocer a nuestros vecinos y visitantes una pieza indispensable de nuestro patrimonio, las corralas. Edificaciones populares a veces injustamente vituperadas, puestas como ejemplo de la pobreza de tiempos pasados. Incluso un eminente arquitecto, Carlos Sambricio, las llegó a calificar como el mimbre donde se urdió la imagen del “chuleta madrileño” y que fueron “creadas desde el primitivismo especulativo”, nada que ver con las mietkasernen berlinesas que sí valora. En fin, la vieja costumbre española de valorar lo de fuera y denigrar lo autóctono. Lo cierto es que en Madrid otros muchos añoran esta tipología de vivienda, y lo poco que queda se encumbra a categoría de monumento nacional, como la de Mesón de Paredes. Aquí en Aranjuez hay conspicuos ejemplos, con un solo problema. Se caen a pedazos. Nuestro casco histórico se queda vacío, languidece, el comercio del centro lo nota con toda su crudeza y los turistas tienen poco interés en penetrar en la arquitectura popular ribereña porque no tienen incentivos para ello.

Independientemente de articular las medidas para que nuestro casco histórico deje de degradarse (las ayudas y las áreas de rehabilitación integral hasta ahora se han revelado impotentes para revertir la situación, estimulada con la burbuja inmobiliaria) no hay mejor manera de recuperar algo que dotándole de contenido. Ciudades históricas con este problema, como Lisboa (que vieron incluso arder un barrio entero como el de Chiado) han visto en la universidad la solución, así como otras han visto recuperar gran parte de su patrimonio en peligro como Alcalá del mismo modo.

Este es solo un ejemplo, porque las posibilidades que se abren son enormes. Porque las ayudas no valen de nada si no se aporta valor añadido, un objeto que justifique la pervivencia de un espacio cuando sus moradores desaparecen. Porque lo tradicional es más que válido, puede ser un tesoro.